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lunes, 23 de febrero de 2015

EL AMOR NO ES DEPENDENCIA.




La dependencia emocional es la necesidad afectiva extrema que una persona siente hacia otra. No se basa en la sucesión de dichas relaciones sino en la personalidad; es decir, la persona es de carácter dependiente. Cuando está sola, su patología provoca que busque otra persona que la comprenda y la ame.
Según el Doctor Carlos Llano filósofo del siglo XXI, dos rasgos son los que condicionan la posibilidad de tener un carácter sólido: la humildad y la castidad. Si se marginan estas cualidades, la persona será mediocre, insignificante. Y esto es así porque la humildad y la pureza son las bases espiritual la una y corporal la otra- del carácter.
Entre las personas dependientes emocionalmente se dan en los casos patológicos y los casos standard. Estas dos categorías se deben a que la dependencia emocional es un continuo que empieza con la normalidad y termina con la patología, es decir, existen diferentes niveles de gravedad.
En las dependencias más leves, standard, encontraremos sólo algunas de estas características. Aquí se ubican, entre otras, determinadas personas víctimas de violencia doméstica.
En las relaciones interpersonales, hay una tendencia a la exclusividad, por ejemplo, en las relaciones de amistad. La persona se encuentra más cómoda hablando con un único amigo que en un grupo numeroso, en el que no se tiene el suministro afectivo necesario. Esta exclusividad, dentro de las relaciones de pareja, da a entender que, más que cariño hay necesidad de compañía, implica una cierta falta de madurez personal. Una persona se convierte en el centro existencial del individuo y todo lo demás queda al margen.
Estas personas adictas necesitan una comunicación constante hacia la persona de la cual dependen. Esto se traduce en continuas llamadas, mensajes al móvil, aferramiento excesivo, deseo de compartir con ella cualquier actividad.
Hay ilusión al principio de una relación o cuando conocen a una persona interesante. Esta ilusión tiene mucho de autoengaño. También ésta presenta la subordinación en las relaciones de pareja como un medio para preservar la relación a toda costa. Las relaciones de pareja de los dependientes emocionales son marcadamente desequilibradas. Uno de sus componentes sólo se preocupa de su bienestar, de hacer lo que su pareja desee, de magnificar y alabar todo lo que hace.
El narcisismo de estas personas es la contrapartida de la baja autoestima de los dependientes emocionales, por eso se produce esta idealización y fascinación.
Las relaciones de pareja atenúan su necesidad, pero siguen sin ser felices. Ni esperan serlo porque su existencia es una sucesión de desengaños y no tienen el componente esencial del bienestar: el amor propio ordenado, el quererse a sí mismos. Viven en un continuo pánico ante la posible ruptura y existe la posibilidad de padecer trastornos mentales en caso de que se produzca.
Esta tormenta emocional amaina milagrosamente cuando aparece otra persona que cubra las necesidades afectivas del dependiente, y es muy frecuente que la ruptura se produzca cuando se tiene ya otra relación. Cuando esto se produce, el centro de la existencia pasa a ser la nueva persona. La diferencia con personas normales es que éstas suelen guardar un periodo que podríamos calificar como de duelo tras una ruptura amorosa, período en el que no se tiene mucho ánimo de buscar a otra persona porque la anterior todavía ocupa un lugar privilegiado.
Los dependientes dominantes se caracterizan por tener relaciones de dominación en lugar de sumisión, sin por ello dejar de sentir dependencia hacia su pareja. En la dependencia emocional normal que las relaciones de pareja se caracterizaban por la sumisión y la idealización. En el caso de la dependencia dominante se da simultáneamente con la necesidad afectiva un sentimiento de hostilidad. Se puede interpretar esta hostilidad como una especie de venganza por las carencias sufridas, que ciertas personas con una autoestima algo más sólida se pueden permitir el lujo de mostrar. Estas personas suelen ser varones, lo cual tiene posiblemente implicaciones tanto biológicas como culturales, en tanto éstos tienen presiones sociales para adoptar posiciones de fuerza y competitividad, y cierta facilidad para la desvinculación afectiva hacia los demás.
Detrás de esta posición de superioridad se esconde una profunda necesidad y control del otro, al que quieren siempre consigo y en exclusividad. En este tipo de dependencias son muy comunes los celos, incluidos los patológicos, que encubren la necesidad y la posesión que sienten hacia su pareja.
Con esta actitud de dominio obtienen lo mismo que desea el dependiente emocional estándar, que es la presencia continua de su pareja, y además contentan otra tendencia más hostil y dominante, satisfaciendo así su ego y su rencor hacia las personas.
Un procedimiento que se puede utilizar para confirmar la presencia de dependencia emocional es proponer un tiempo de separación o de ausencia de contacto entre la pareja. Si la hostilidad, dominación y desprecio son puros aguantarán perfectamente este periodo, porque realmente no tienen sentimientos positivos hacia la otra persona; de existir dependencia la llamarán con cualquier excusa por la necesidad imperiosa que tienen.
Pero sin duda este fenómeno se destapa e incluso se reconoce por el que lo padece cuando se produce una ruptura. Como es fácil imaginar, las rupturas son frecuentes en este tipo de relaciones posesivas, porque la otra persona se cansa de las críticas, de la hostilidad, del desprecio, de hacer siempre lo que el dominante quiere o de observar cómo niega tanto para sí mismo como para los demás cualquier sentimiento positivo hacia ella. Cuando se da la ruptura, el dependiente que domina puede reaccionar exactamente igual que cualquier otro dependiente emocional: entra en una profunda depresión, suplica a su ex pareja que se reanude la relación, le promete que cambiará, y reconoce lo mal que se ha portado.
Un amor sano tiene sus áreas de autonomía.

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